Tatiana Sanabria/La Paz
22/04/2012 Los radioaficionados no dejaron de existir pese a las nuevas tecnologías. Permanecen en alerta desde sus estaciones de radio, siempre con un par de audífonos y un micrófono, tal como solían hacerlo hace décadas.
El tiempo menguó la demanda de sus servicios -que logró su auge entre los años 60 y 80- , pero ellos perseveran en la transmisión de mensajes gratuitos, a través de radios caseras que trascienden fronteras.
Por aquella época de oro había alrededor de 1.800 radioaficionados bolivianos que, en algunos casos, informaban a la sociedad sobre accidentes en provincias lejanas y, en otros, hacían de nexo entre personas que vivían separadas y sin acceso a telefonía.
Cada quien instalaba radios y antenas en sus domicilios, con una autorización especial de instituciones gubernamentales, para cumplir un servicio humanitario sin remuneración, que tenía una regla: se prohibía hablar de política, religión y de cuestiones comerciales.
Sin horarios definidos, impulsados por pura afición, las personas disponían de su tiempo libre para socorrer a quien precisaba de comunicación a distancia o bien pasaban horas frente a sus equipos contactando a sus colegas.
“Las personas sabían que para cualquier emergencia debían buscar a un radioaficionado. Cuando veía una antena, tocaban la puerta a cualquier hora y en cualquier día y el radioaficionado debía atender sin negarse”, comenta Enrique Mendizábal, radioaficionado desde hace tres décadas. El servicio que se brindaba era impredecible y heterogéneo, y no estaba exento de algunas interferencias en la comunicación.
Los mensajes eran diversos. Algunos, por ejemplo, convocaban a médicos para dar instrucciones de parto, mientras otros promocionaban los atractivos turísticos de Bolivia en contacto con otros países.
Los que tenían familiares en el extranjero podían comunicarse con éstos y no faltaban las mujeres que solían usar el medio para intercambiar recetas de cocina. Más de alguna pareja se conoció por radio y decidieron casarse aún sin haberse visto.
“Lo mismo pasa ahora con internet”, dice Boris Rodríguez, quien lleva 27 años en esta práctica.
En Bolivia, esta práctica empezó entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, cuando se fabricaban radios a partir de catálogos extranjeros. A finales del 38, llegaron aparatos electrónicos que eran reciclados para usarlos como radios.
Después nacieron las primeras emisoras comerciales en el país, como El Cóndor y Nacional, cuyos locutores primero se dedicaron a la radiodifusión.
Estos aparatos caseros tenían rangos de frecuencias que no interferían a señales de televisión, radios comerciales, ni aviones. Estas características aún se siguen manteniendo. En esas frecuencias la gente se puede comunicar sin barreras idiomáticas, mediante un código internacional llamado código Q, con el cual también los interlocutores se identifican mediante siglas universales. Por ejemplo, CP-1 OTE es para los usuarios de Bolivia.
“Llegamos a todo el mundo. La única condición es que la persona con quien quieres contactarte tenga equipo”, explica Guido Sáenz, que se dedica a esto hace 23 años.
Después de tomar contacto con otros países, las personas suelen enviarse, por correo normal, tarjetas “QSL” de confirmación, que en uno de sus lados indica el nombre real del radioaficionado, la marca y el tipo de antena que usó, con cuánto de potencia emitió y con cuánto de potencia recibió el mensaje. Cada tarjeta, explican los consultados, son guardadas como un trofeo que les recuerda los lugares con los que pudieron contactarse en busca de información, o sólo para hacer nuevas amistades.
Entre los radioaficionados también se encuentran los “DX”, que se especializan en comunicación “extra-frontera” y les interesa hablar con gente de lugares donde no alcanza la telefonía, como el Polo Sur, la Antártida y Alaska.
Son cazadores de “tarjetas exóticas”, como las de un jeque árabe que solía mandar ejemplares de oro. Para ello deben regirse a horarios especiales que les permita coincidir con personas al otro lado del mundo.
Mendizábal explica que se tiene un mapa especial que les guía para dirigir la antena hacia el lugar que quieren contactar, según el horario y la distancia de cada país.
El Radio Club La Paz, fundado en 1986, cuenta con un centenar de miembros que persevera en este servicio, aunque no con la misma intensidad de antaño. Es así que, en estos días, su principal labor radica en el servicio de emergencia que pone en alerta a radioaficionados de toda Bolivia, todos los días, de 20:00 a 21:00.
Ante el boom del internet y las redes sociales, los radioaficionados no se quedan atrás. “Nos interesamos en aprender sobre modos digitales sin quedarnos atrás. Seguimos actualizándonos”, aclara Carlos Meave, quien tiene 28 años de servicio en este campo.
Inquietos por avanzar al ritmo de la tecnología, estos vanguardistas de la telecomunicación procuran conservar el manejo tradicional de sus equipos, sin descuidar las nuevas alternativas. Así pueden perpetuar su labor.
“No vamos a dejar de existir. Nuestra pasión nos hará descubrir nuevas formas de transmisión que después las industrias perfeccionarán”, asegura Javier Díaz, quien tiene 30 años de experiencia.
La radioafición, aseveran, sigue siendo una palanca muy importante para el apoyo social. Mientras haya una antena sobre el techo de una casa, habrá comunicación radial aficionada al servicio de quien así lo requiera.