La Razón
Román Romero Fernández tiene un cascarón difícil de penetrar. Un escudo que se activa cada vez que uno intenta hundirse en su pasado.
Román Romero Fernández tiene un cascarón difícil de penetrar. Un escudo que se activa cada vez que uno intenta hundirse en su pasado.
19/05/2012 Es un hombre reservado y serio, tanto que es difícil imaginarlo dominado por sus sentimientos. Por eso, sorprende cuando, de la nada, confiesa que suele derramar lágrimas cada vez que sus dedos desatan recuerdos desde el teclado de su armonio.
Tiene 86 años, 68 de ellos los ha entregado a la interpretación del armonio, un instrumento de viento en apariencia similar al organillo alemán, pero sin tubos y de mucho menor tamaño. Utilizado desde su creación en la interpretación de la música devocional, el armonio fue apropiado por los cultores de la cueca chuquisaqueña. Así, desde principios del siglo XX, su cadencioso sonido acompañó las creaciones de grandes compositores chuquisaqueños como Miguel Ángel Valda, José Lavadenz y Simeón Roncal.
Romero es el último gigante chuquisaqueño del armonio, es el único sobreviviente de una pléyade de intérpretes que durante el siglo pasado sacó a la cueca de las chicherías para incrustarla en los salones más exclusivos de Sucre. “Comencé a tocar a los 17 años. Tocaba cuecas y bailecitos en la calle Calixto, la calle de las chicherías. Se bailaba sábados y domingos, desde las 4 de la tarde y recién a las 5 de la madrugada los tocadores nos recogíamos. Otra cosa eran las fiestas antiguamente, pss. Las cholitas iban con polleras bien elegantes y sabían hacerse respetar. Si un tipo se quería propasar, ch’ataj, ch’ataj; bien les daban en la cara. Ahora qué, pss”. Romero arrastra la “s” final al hablar al igual que arrastra, trastabillando, sus cansinos pies al caminar por su casa ubicada en el Barrio Lindo, en la ciudad sucrense. Y cuando se refiere a los años 30, 40 y 50, lo hace como si de la época de los dinosaurios se tratara, así de distante.
“Antiguamente, mi padre se fue a la Guerra del Chaco y cuando volvió yo tenía 10 años. Dos años después se murió y mi madre, para mantenernos porque éramos 11 hermanos, volvió a casarse con un no vidente. Mariano Terán se llamaba; tocador de primera había sido, pss. Él me enseñó a tocar el armonio. Murió en 1944 y yo me quedé, a los 17 años, como tocador para mantener a la familia”, recuerda para luego adentrarse en su silencio.
Las melodías de la cueca chuquisaqueña respiran en cada recoveco de la vivienda de los Romero. Una pequeña radio portátil, que cuelga en la pared de la habitación del músico, impregna las paredes del segundo piso con las melodías de antaño. Y, en el patio, es la radio de su esposa, Rosa, la que cumple esa misión.
La Plata, Bohemia y Nuevo Mundo son las radioemisoras locales que todavía mantienen vigente en su programación diaria la cueca chuquisaqueña. “Ahora todo es cumbia y cumbia. Los jóvenes ya no quieren escuchar cuequita, pss”, reniega el artista. Aunque luego confiesa que en los últimos años se ha visto obligado a incluir “música tropical” a su repertorio para que lo contraten para las fiestas. Muchachas en la faldaLa de Romero es una vivienda humilde donde habitan sus hijos y nietos. El músico tuvo 11 retoños, de los cuales siete murieron. Lamenta que ninguno de ellos siguiera su pasión por el armonio. Román es el único que acompaña a su padre, con la batería, en las cada vez más escasas presentaciones que éste ofrece en la ciudad. “Me contratan los de la Alcaldía y los de la Gobernación para tocar en eventos culturales, pero no hay ayuda de las autoridades, pss. Necesito platita para comprar un nuevo armonio”, dice el hombre, mientras acaricia el vetusto instrumento que lo ha acompañado por más de medio siglo.
El talento de Romero es especialmente solicitado por aquellos chuquisaqueños querendones de su tierra que habitan en otros departamentos, quienes contratan al pianista para eventos especiales. “Viera cómo lloran cuando interpreto Noches de Sucre o Flor de Chuquisaca. Se acuerdan de las cuequitas de sus mamitas, de sus abuelitas. Y al verlos llorar, yo también me lloro, pss. La música es mágica, caracho; siempre trae la tierra a la memoria”.
Pero más que la tierra, los sonidos que surgen del teclado despiertan en Romero melancolía por los días “antiguos”, ese pasado cuando los armonistas eran considerados cual estrellas de cine.
“Hay que ver cómo trataban antiguamente a los tocadores, pss. Las muchachas incluso se montaban en las faldas y no dejaban tocar. Dos bolivianos me pagaban por cada tocada, era una pequeña fortuna: un peso para el baterista y el resto alcanzaba para comprarse todo en el mercado”, asegura Romero, quien llegó a grabar 14 discos en su carrera artística. Este músico que trajo para Chuquisaca importantes premios, sabe que esos días de gloria no volverán. Hoy apenas subsiste.
Coloso del armonio, Romero está cansado de los reconocimientos en papel —el último le fue otorgado en 2011 por la Asamblea Plurinacional— y pide que en sus últimos días se le entregue una pensión como reconocimiento a su trabajo.
Al final de la entrevista, uno se da cuenta de que el cascarón de Román Romero Fernández no había sido inquebrantable. Lo demuestra una franca sonrisa que se muestra hermosa debajo del bigote nevado del artista. “Cueca hasta la muerte. Así voy a morir, pss; tocando”, sentencia.