Lancheros de Tiquina, más de medio siglo en el oficio
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El Illimani es su testigo silencioso. Escoltados por decenas de gaviotas que revolotean en el aire, los lancheros de Tiquina son ese “puente ineludible” en el camino entre La Paz y Copacabana, y defienden su oficio, que a pesar de la modernidad se resiste a desaparecer.
11/06/2012 El transporte lacustre en Tiquina data de tiempos inmemoriales; se sabe que los incas fueron precursores de este sistema de traslado, que con el tiempo se fue sofisticando, hasta llegar a los barcos de motor que actualmente operan en el lago Titicaca.
Jacinto Yapuchura, dirigente de la Asociación de Lancheros 16 de Noviembre, de San Pedro de Tiquina, recuerda que hace medio siglo empezaron a trabajar allí. En esa época, trasladaban a sus clientes en lanchas a remos y posteriormente en veleros.
En los puertos de San Pedro y de San Pablo de Tiquina las barcas que transportan personas y las barcazas diseñadas para vehículos de gran tonelaje siempre se encuentran lado a lado, listas para partir de un frente a otro.
Envueltos en un viento gélido y bajo un sol incandescente, estos lancheros recorren decenas de veces cada día los 780 metros que separan los puertos de Tiquina.
Este espacio divide las dos masas de agua que conforman el Lago Sagrado, entre la parte norte llamada Chucuito y la sur llamada Wiñay Marca.
Bastan cinco minutos para cruzar el estrecho en barca y 15 en barcaza. Durante el viaje, el ruido del motor rompe el silencio del lugar, mientras los pasajeros -que no exceden los 22 por viaje- se dejan llevar por el vaivén de las olas, constante y acentuado.
Ser barquero, además, se trata de un trabajo eventual e inconstante. Cada quien debe trasladar un mínimo de 65 pasajeros durante la jornada, de 5:00 a 21:00, y después retomar el trabajo según el rol asignado por los dirigentes.
Es por eso que muchos de ellos tienen actividades paralelas, sea cultivando papa y oca en parcelas cercanas, o estudiando en La Paz.
“Trabajo como lanchero hace ocho años por necesidad. Me da un apoyo económico para pagar mis estudios en La Paz”, cuenta Julio Uscamayta, miembro de la Asociación 21 de Septiembre, de San Pedro de Tiquina.
Aunque en ambas asociaciones (de San Pedro y San Pablo) están registradas 157 lanchas y 170 barcazas, por día sólo operan entre diez y 15 embarcaciones. Los fines de semana y feriados la demanda es mayor. En Semana Santa, según registros del Cuarto Distrito Naval Titicaca, 5.000 personas cruzan el estrecho de Tiquina cada día.
Sin importar la fecha y la demanda, las tarifas por viaje se mantienen a un boliviano con 50 centavos, mientras que el costo del transporte de vehículos varía desde 70 hasta 180 bolivianos.
Elaboración de navíos
Para ser lanchero en el Estrecho de Tiquina cada quien debe tener su propia barca o barcaza. Construirla puede costar desde 8.000 hasta 30.000 dólares, según el modelo, el tamaño y el material con el que fue elaborado.
En los pueblos de San Pedro, San Pablo y Suriqui se encuentran decenas de astilleros especializados en este tipo de trabajos.
Sea cedro, nogal, laurel o mara, estas embarcaciones son revestidas con pintura para que el agua no penetre la madera con facilidad.
Uscamayta asegura que, con el debido mantenimiento, las lanchas pueden durar hasta seis años. “Después hay que renovarlas, porque puede ocasionar problemas durante la navegación”, dice.
La calidad de la construcción es determinante en la seguridad durante el recorrido. Sin embargo, la fuerza del viento o de las olas también pueden postergar las salidas de las barcas, según indica Ramiro Vargas, quien incursionó como lanchero hace dos años.
Juan Carlos Cuevas, capitán de puerto, indica que “el Cuarto Distrito Naval Titicaca vela por la seguridad de navegación, la prevención de la contaminación del medio ambiente y la competencia de los tripulantes”.
Repartidos en dos puertos, 16 marineros hacen el control en cada salida. Los fines de semana, además, un par de personas disfrazadas de patos entrega chalecos salvavidas a los navegantes por la falta de iniciativa de los mismos lancheros.
Con todo, un viaje por las infinitas aguas del lago invita siempre al descanso.