Desde la tierra

El hombre Mil de Evo
Lupe Cajías


06/04/2012   Recuerdo que hace dos décadas, el asesor cultural de los mineros, Líber Forti, me compartió un relato del poeta hindú/británico Rudyard Kipling a propósito de la necesidad de tener al menos un amigo sincero y leal en nuestro paso por este mundo. 


Kipling es más famoso por su “Libro de la Selva” y los dibujos animados de Walt Disney que por sus aportes al sentido de la existencia, que están dispersos en otros libros y que contribuyeron para que se le otorgue el Premio Nobel de 1907, cuando él era todavía muy joven.

Aunque defensor del imperio británico, Kipling estaba influido por la vivencia cotidiana en la India, por la serenidad de sus habitantes, su filosofía. Por el otro lado, conocía la ambición de los gobernantes, la maldad de los militares, el entorno de intrigas que habitan los palacios de gobierno y los salones donde se debaten espacios de cuotas para puestos de trabajo en la administración pública.
Escribió que todo ser humano necesita el Hombre Mil, el que no le fallará. La persona que ejerce un cargo público de alto nivel, debe tener imprescindiblemente un Hombre Mil.
Comentaba Líber Forti que él quiso ser el Hombre Mil de Juan Lechín, en el apogeo del poder del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) que triunfó en la Revolución Nacionalista de hace 60 años. Desde esa época y durante décadas, Lechín fue uno de los bolivianos con mayor poder.
Dentro o fuera del Gobierno nacional, como Vicepresidente o como senador, sobre todo como indiscutible líder de los trabajadores mineros, Lechín ejercía su influencia y movía las fichas que le convenían. Muchos de sus compañeros sindicalistas eran leales, pero siempre estaba rodeado de personas que se aparecían por sus propios acomodos y avaricias.
Decía Forti que esa corte de tirasacos estaba presta a elevar loas en coro para satisfacer la soberbia de Don Juan, a aplaudir sus palabras, a subrayar lo que decía, a llenarle sus oídos con alabanzas y, de paso, chismes sobre los demás. Ninguno le comentaba la realidad fuera de las paredes del poder, el desencanto popular por las medidas del Gobierno, la creciente red de coimeros y cuperos, y el rechazo de las clases medias a la persecución del Control Político.
“Yo quise ser el Hombre Mil de Juan”, repitió Líber. Ese Hombre Mil que no da palmaditas en la espalda, que no dice sí a cualquier argumento, que no aplaude discursos que considera equivocados, que revela lo que dice la gente en las calles y que aconseja cambiar de rumbos, cuando ve necesario.
Ese Hombre Mil que sigue amigo cuando cae el caudillo, cuando desaparecen los sumisos, detrás de un nuevo caudillo.
¿Tendrá un Hombre Mil el ciudadano más poderoso de Bolivia? ¿Habrá alguien tan leal a don Evo que le comente lo que dice la gente sobre el asunto del Tipnis, por ejemplo?
La verdadera amistad y el sentido del funcionario cabal se basan en la búsqueda de la verdad y del bien común, y no de la ambición personal. En este caso escuchamos a tantos izquierdistas de última hora, a tantos antiimperialistas de esquina, que necesitan parecer más revolucionarios y anticolonialistas que los demás y para ello prefieren el clap clap a la sensata reflexión. Aún cuando, por rastreros, pongan en peligro el futuro del propio Mandatario.
La autora es periodista

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